Salvador Romero Ballivián

 

Introducción

 

Si en el siglo XIX la política discurrió a través de los periódicos, el XX les añadió los inventos audiovisuales (televisión y radio) y el XXI incorporó las redes sociales digitales, con el internet. Ninguna novedad suprimió a las anteriores, pero sí generó nuevas escalas de importancia y jerarquía. Cada una poseyó sus entradas con estruendo y sus puntos de inflexión. La radio tuvo su momento cumbre entre la crisis de 1929 y el final de la II Guerra Mundial, cuando los mandatarios se dirigían a sus poblaciones e incluso ‒novedad absoluta‒ a gente de otros países. La televisión adquirió el protagonismo estelar desde fines de la década de los cincuenta y se estableció hegemónica hasta principios del siglo XXI. Hoy, las redes sociales irrumpen en el escenario, trastocando numerosas pautas.

 

Cada uno de esos medios ha impuesto a la política, los políticos y al conjunto de la sociedad procesos de adaptación: exigió estilos nuevos, ofreció ventajas a ciertos líderes y jugó en desmedro de otros, implicó técnicas novedosas de acercamiento entre partidos y votantes, rediseñó los formatos de las campañas electorales.

 

El texto presenta de manera sucinta cómo la política y los procesos electorales se construyen hoy en las redes sociales y qué diferencias marcan estas plataformas con los medios de comunicación tradicionales (periódico, radio, televisión), poniendo énfasis en los impactos sobre la democracia.

 

La primera sección describe el papel de los medios de comunicación tradicionales; en la segunda, se aborda los cambios que introdujeron las redes sociales; la tercera apunta algunas de sus ventajas y problemas luego de las primeras décadas de uso. Por último, se mencionan algunos de los efectos en las campañas electorales.

 

I Medios de comunicación tradicionales

 

Desde finales del siglo XIX, los medios de comunicación masivos cambiaron de manera fundamental la manera de hacer política. Si bien muchas de las actividades continuaban teniendo una base exclusivamente parroquial, los periódicos contribuyeron a la nacionalización de la vida política. Ese proceso fue prolongado y acentuado de forma exponencial por la radio y la televisión.

 

Cualquier debate más amplio, regional o nacional, involucra la existencia de espacios propicios para ese intercambio que no son físicos. Los medios de comunicación creados entre el siglo XVIII y el XX (el periódico, la radio y la televisión) jugaron un papel central. En ellos, los actores políticos, sociales, económicos, culturales y otros plantean sus ideas, exigencias, reivindicaciones, intereses y los contraponen a los argumentos contrarios, colocando al conjunto de la ciudadanía de testigo y eventualmente encargado de resolver la controversia.

 

Por razones tecnológicas y económicas, había un número limitado de medios. Los propietarios estaban claramente identificados y entre los cuales el Estado era un actor de peso, en especial en el campo audiovisual. El funcionamiento de los medios requiere un aval estatal (por ejemplo, la concesión de las frecuencias de transmisión); se encuentra sujeto a numerosas disposiciones, como cualquier empresa (por ejemplo, fiscales o laborales); y existe un marco regulatorio de responsabilidades por las publicaciones, así como un régimen de privilegios, como el derecho del periodista a no revelar las fuentes de la noticia. Estas circunstancias definían un marco bastante preciso para la actividad de los medios.

 

Los principales medios tenían una cobertura nacional y casi exclusivamente nacional (habitualmente, los periódicos se venden solo en el país de publicación y los canales se ven en el país de origen, aunque la televisión por cable flexibilizó esa circunstancia y permitió, a finales del siglo XX, una incipiente internacionalización). Cada país constituía un espacio relativamente cerrado, con su propio circuito de medios y, salvo circunstancias muy excepcionales, se enteraba poco del trabajo de los medios en otros países.

 

Estas características creaban un espacio colectivo común y compartido por el conjunto de los actores políticos y la ciudadanía: cualquier persona que quisiera estar informada pasaba necesariamente por estos contados canales (fueran periódicos, radios o estaciones de televisión). Eso implicaba que muy probablemente los medios se ocuparían de los mismos temas que movían la agenda noticiosa, y, por ende, que la discusión colectiva era fundamentalmente una sola; no que el tratamiento de las noticias fuese uniforme u homogéneo. De hecho, los enfoques diferían de un medio al otro, con matices más o menos significativos. En contrapartida, cualquier discusión fuera de ese ámbito mediático tenía mínimas posibilidades de generar un debate nacional.

 

La nacionalización de la discusión pública se asociaba también con la centralización, que no solo era en un sentido geográfico (tendía a concentrarse en la capital, sede de los principales medios), sino también de la agenda. Una consecuencia cuasi inevitable es que la segmentación de la programación o de la publicidad solía o podía hacerse de una manera gruesa, a grandes rasgos.

 

Al mismo tiempo, los medios jerarquizaban las voces en el espacio público. A menudo privilegiaban aquellas que poseían un reconocimiento social, que premiaba trayectorias políticas, sociales, académicas u otras consolidadas, lo que, al mismo tiempo, les reforzaban la legitimidad. La voz experta contaba con una ventaja clara, lo que también solía favorecer a los círculos más consolidados. Voces sin esas credenciales o discrepantes tenían mucho menos posibilidades de figurar y recibir atención.

 

III Las redes sociales

 

La irrupción de las redes sociales digitales en el siglo XXI ha cambiado profundamente ese escenario. Aunque no fuera su objetivo inicial y no sea su foco central, se convirtieron pronto ─entre otras múltiples y muy variadas funciones─ en canales de comunicación e información, de diálogo y debate que trastocan las pautas tradicionales del intercambio político en democracia. La mutación fue evidente cuando se pasó de la primera fase del internet, de usuarios que eran receptores ─como con los medios tradicionales─ a la segunda, conocida como web 2.0, en la cual asumieron un papel protagónico, dinámico y activo.

 

Sin embargo, diferentes condiciones tecnológicas y económicas han producido, igualmente, resultados muy distintos. A diferencia de los elevados costos que supone establecer un periódico, una radio o un canal de televisión, el ingreso al mundo digital es gratuito, sin barreras de ingreso, disponible para cualquier persona con elementos tecnológicos muy básicos y de uso cotidiano, como el celular. Tampoco requiere ningún aval o autorización del Estado. En otras palabras, una cuenta en redes sociales digitales que promueve ideas, visiones o intereses puede ser manejada unipersonalmente, sin sujeción a regulaciones estrictas, y ni siquiera necesita estar en el país que es el centro de sus mensajes. Adicionalmente, a diferencia de las responsabilidades claramente definidas en los medios de comunicación tradicionales, la cuenta puede ser anónima, sin que existan mayores mecanismos legales o técnicos para identificar a la persona que realmente la maneja.

 

El internet ha diversificado y fragmentado al infinito el consumo de los productos y noticias, según los intereses y deseos particulares de cada usuario, gracias al procesamiento de los algoritmos (O’Neil, 2018). El contraste con los medios tradicionales es notable. Mientras que en el esquema anterior la paleta de posibilidades era limitada y circunscrita a un país (por ejemplo, los noticiosos de televisión), hoy el internet se construye sobre experiencias individualizadas. Cada uno construye su propio menú informativo con las fuentes que prefiera e interviene en los diálogos y debates públicos que considere relevantes, en plataformas diferentes, cada una con su propia dinámica, estilos y formatos. Sin duda, el anterior espacio común que se forjaba alrededor y gracias a los medios de comunicación se debilita.

 

Entre las consecuencias, ahora se desarrollan debates, controversias o polémicas significativas, con alcance a públicos vastos, sin pasar por los medios de comunicación tradicionales. Antes, esa situación solo ocurría de manera excepcional por la dificultad de construir una red de personas que intervinieran sobre un mismo tema en un lapso corto en un solo espacio. Con todo, la ruptura entre medios de comunicación tradicionales y redes sociales requiere ser matizada: las páginas y cuentas de los primeros suelen figurar entre las más seguidas, por lo que los contenidos de la televisión, la radio o el periódico también se replican en las redes sociales (Berganza, 2021: 179 – 228).

 

Asimismo, la jerarquía de personalidades que imponía los medios se ha diluido ante la emergencia de multitud de voces que ofrecen sus puntos de vista y no requieren los avales o filtros institucionalizados para intervenir en la arena pública. Esto conlleva simultáneamente una democratización de las voces, una ampliación de la agenda de discusión pública y una ausencia de filtros de verificación y contraste de la información ─tarea que rutinariamente realizan los medios de comunicación antes de difundir una noticia y que, en caso de fallas, genera un alto costo reputacional, en tanto que nada semejante sucede en las cuentas de internet─.

 

III Ventajas y oportunidades, desventajas y riesgos de las redes sociales para el espacio público y democrático

 

La percepción sobre el impacto de las redes sociales en el diálogo y el espacio público, así como en las elecciones, ha cambiado y se inscribe en visiones antagónicas (Alonso – Muñoz, 2015: 557 – 569). Desde sus inicios, a principios del siglo XXI y hasta aproximadamente 2016, predominó una visión sobre todo optimista que destacó las oportunidades y sus virtudes democratizadoras.

 

  • Ventajas y oportunidades

 

Se realzó la oportunidad para la ciudadanía de dar resonancia a su opinión y de expresarse en todos los campos sobre los cuales una sociedad debatía, como si la libertad de expresión ampliara sus fronteras y se plasmara de forma aún más efectiva. Parecía concretar el anhelo democrático del debate amplio, informado, abierto a todos, sobre los grandes asuntos, en el cual no existían costos de ingreso y nadie podía colocar vallas o generar exclusiones. Se rompía el juego restringido creado alrededor de instituciones (partidos, sindicatos, gremios) y de los canales de difusión (los medios de comunicación). Incluso se abrió una inédita ocasión para intercambios a la escala mundial, ya no acotado a las fronteras nacionales (hoy, cualquier evento, de cualquier país, puede ser comentado, analizado y debatido por personas de todo el mundo en foros digitales espontáneos, de los conflictos internacionales a las elecciones de las principales democracias).

 

Se subrayó que las redes sociales permiten a cada persona interpelar directamente al poder, con sus preocupaciones y planteamientos, de distinto nivel. Se generaba una ventana de diálogo entre la ciudadanía y las autoridades a través de cuentas que compartían el mismo espacio en condiciones de igualdad, cuenta con cuenta.

 

Las voces en el espacio público se diversificaron. Se pasó del ambiente restringido a quienes poseían capitales, fuesen económicos, políticos, sociales o intelectuales, y a los representantes institucionales, a un campo en el cual cualquiera interviene, sin requerir credenciales avaladas por terceros.

 

El ingreso se hace con mínimos costos, una baza para que sectores hasta entonces poco representados, minoritarios u organizaciones emergentes transmitan su mensaje fuera de círculos reducidos e incluso tejan alianzas globales para sus causas. Un acápite especial corresponde a periodistas independientes y medios digitales que ofrecieron coberturas alternativas a las de los medios tradicionales, abordando nuevos temas u ofreciendo enfoques distintos.

 

El campo político se halló profundamente modificado. Los políticos y los candidatos encontraron un instrumento excepcional para comunicarse directamente con los votantes, en un intercambio ágil, inmediato e incluso horizontal con los votantes, sin la necesidad de la intermediación de los aparatos partidarios y al margen de los medios de comunicación (Holtz – Bacha, 2013: 11 – 28). Se facilitó el surgimiento de nuevos líderes y la candidatura y triunfo de Barack Obama en Estados Unidos en 2008 se percibieron como un símbolo de las nuevas dinámicas.

 

Las redes se convirtieron en vehículos de activismo sociopolítico desde la base de la sociedad, al margen de las estructuras institucionalizadas y del control del Estado. Hasta se mencionó la posibilidad de una “democracia electrónica”. Nuevos temas, agendas e intereses se posicionaron en la discusión sin tener que ser acordados con grupos existentes, con conexiones o privilegios, que podían ser contrarios u hostiles a esos planteamientos (Breuer; Welp, 2014). Incluso, se las vio como un factor clave en el derrumbe de las autocracias del norte africano (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; Instituto Electoral de Jalisco, 2011).

 

  • Desventajas y riesgos de las redes sociales para participar en el espacio público

 

Esta visión idílica, orientada casi exclusivamente hacia los beneficios, tuvo una inflexión en 2016, con los eventos electorales en Estados Unidos, el Reino Unido y Colombia. Supusieron un viraje en la percepción de las redes sociales para el espacio público, los procesos electorales y la democracia. Los enfoques críticos estaban ya presentes, más como advertencias y prevenciones y, en general, se consideraban que los riesgos pesaban menos que las incontables ventajas. Desde entonces, se han acentuado las visiones sombrías. Los peligros no eliminan las ventajas descritas; ofrecen un panorama más completo y complejo del impacto de las redes sociales digitales en los asuntos públicos. A menudo, sus problemas se presentan como una contracara de las ventajas.

 

La visión crítica apunta que las redes sociales han sido vectores de informaciones falsas o tendenciosas, teorías conspirativas o de complots, desprovistas de filtros. Todas las facilidades para el ingreso, la ausencia de controles, la posibilidad de colocar nuevos temas o agendas sin avales de actores institucionalizados, se aplican igualmente para difundir postulados sin evidencia ni sustento, en todos los campos: políticos, sin duda, y también económicos, sociales, sanitarios y científicos, culturales, etc.

 

Las noticias falsas, las teorías conspirativas, los discursos cargados de prejuicios o de odio, preceden la expansión del internet. Sus rastros se pierden en los orígenes mismos de la vida en sociedad y la historia registra, a menudo en una vertiente trágica, las dramáticas consecuencias para personas o grupos víctimas de ese tipo de mensajes.

 

Empero, sería equivocado plantear que la continuidad de los hechos significa que la situación permanece igual. Antes, los mecanismos de difusión de esos mensajes eran limitados, dependían mucho del intercambio personal y sus efectos rara vez superaban comunidades reducidas, o requerían un esfuerzo muy sostenido de parte de los grupos que impulsaban esas campañas. La era de las redes sociales de internet multiplica exponencialmente la capacidad desestabilizadora de las noticias falsas o los discursos malintencionados, pues ayuda a construir grupos que se retroalimentan y se cierran a argumentos contrarios, facilitan la circulación de mensajes violentos y despectivos, por lo tanto, favorecen la radicalización y la polarización.

 

Al menos, diez factores concurren para este cambio de escenario de amplio alcance:

 

  • La inmediatez en la difusión permite que cualquier tema circule tras la elaboración de los materiales sin depender de etapas de filtrado o de la intervención de terceros.
  • La potencialidad de alcanzar a todos los integrantes de una sociedad y más allá; es capaz de llegar pronto a millones de personas, gracias a reenvíos legítimos o mediante la intervención de miles de usuarios inexistentes, manejados digitalmente, conocidos como trolls (además, por supuesto, de la combinación de ambos mecanismos).
  • La extraterritorialidad facilita el inicio o la aceleración de una campaña pues los actores no necesitan ni siquiera estar en un país para incidir digitalmente en él.
  • La prescindencia de validación institucional de los mensajes permite que estos se basten a sí mismos para circular: una noticia falsa o una campaña no requieren pasar por verificaciones, filtros o mecanismos de control ─como, por ejemplo, en los medios tradicionales, regidos por códigos de ética o en las revistas científicas por evaluaciones de pares─.
  • La equivalencia de la legitimidad de la palabra de los emisores permite la intervención de personas sin credenciales ni avales de terceros para declarar (por ejemplo, en un área como la salud, personas sin formación científica o médica se posicionan sobre asuntos sanitarios y alcanzan audiencias considerables, como sucedió durante la pandemia). Este fenómeno se facilita por la creciente desconfianza en las autoridades e instituciones.
  • El mundo digital permite la acumulación de historias falsas en narrativas amplias sobre un determinado asunto. Una noticia falsa expande su audiencia si se integra en una campaña preexistente, con gente convencida de su veracidad. En simultáneo, los relatos falsos se fortalecen con cada adición de una noticia sin fundamento.
  • El internet ha demostrado ser propicio para la creación y conquista de “burbujas”, compuestas por personas que comparten convicciones, sentimientos e ideas, sin necesidad de conocerse ni de proximidad física, y desbordan fácilmente las fronteras nacionales. Ese ámbito digital cerrado tiende a ser autorreferencial: se comparte información que refuerza los puntos de vista inicial y hay mínima o nula interacción con puntos de vista contrarios, que suelen presentarse de modo caricaturizado o extremista, asociados con grupos considerados adversarios cuando no enemigos. Se trató de un efecto inesperado, porque potencialmente el internet servía para abrir infinitas ventanas de contacto y expandir horizontes, pero la lógica de los algoritmos que facilita las asociaciones terminó creando, en múltiples ámbitos, círculos replegados sobre sí mismos, nutridos exclusivamente con versiones que consolidan una visión del mundo.
  • El internet valida la radicalización de los mensajes extremistas al permitirles una circulación amplia. Antes, la estructuración del campo público entre actores institucionalizados y medios de comunicación frenaba la difusión de esas posturas y no les daban piso de legitimidad. En las redes sociales, la palabra se libera de las antiguas contenciones y el eco que recibe le da un impulso renovado y aceptable para sectores más amplios.
  • Las redes sociales contribuyen a consolidar las teorías conspirativas gracias a mensajes y presentaciones que se revisten de argumentaciones en apariencia sólida, que se redistribuyen en “burbujas” y las potencian en cada reenvío. Este proceso se facilita por la merma de confianza en los medios de comunicación: la ausencia de esos temas en esos espacios institucionalizados refuerza la convicción de que la “verdad oculta” se devela en el internet.
  • La contundencia del impacto de las noticias falsas varía. En el escenario político, aumenta cuando se inscriben en polarizaciones de raíces profundas y, por lo tanto, refuerzan creencias, convicciones, prejuicios y desconfianzas ya existentes.

 

  • Las redes sociales como medio de expresión

 

Las contracaras de los beneficios y las desventajas de las redes sociales se explican fundamentalmente porque las redes sociales sirven de medio, de canal. Lo que en ellas se escribe o dice no prejuzga sobre los contenidos verídicos o falsos, alineados o contrapuestos a los valores democráticos. Sirven tanto para construir un diálogo democrático útil, incluyente, con resultados sustantivos como para promover el autoritarismo, la exclusión, la radicalización y la polarización (Soto, 2017).

 

Asimismo, si bien, a veces, la noticia inventada y maliciosa, engañosa o distorsionada, las teorías conspirativas y los rumores que le son asociados surge desde la espontaneidad de la sociedad; es aún más común que sean recuperados o directamente provengan de actores con inequívocas agendas sociopolíticas u otras.

 

Por último, la tendencia a seleccionar y privilegiar noticias que confortan más que confrontan la visión de la sociedad fue descubierta desde las primeras investigaciones sobre el impacto de los medios de comunicación en la política y las elecciones (Lazarsfeld; Berelson; Gaudet, 1962). Los estudios sobre el “sesgo de confirmación”, mediante el cual los individuos privilegian los enfoques que confortan sus concepciones de partida, solo han ratificado los datos iniciales. Sin embargo, el internet ha facilitado ese movimiento a través de la constitución de las “burbujas” de creencias y, por lo tanto, endurecido las posiciones.

 

IV Redes sociales en los procesos electorales

 

Las redes sociales impactan el conjunto de las actividades humanas, tanto más que crece la cantidad de usuarios del internet, hasta bordear la totalidad de la población en algunos países, así como la cantidad de tiempo dedicado por las personas a la navegación en las redes. En América Latina, pese a los progresos de la conectividad, las zonas rurales, las poblaciones indígenas, los sectores populares y las mujeres tienen un acceso más limitado al internet, sea por ausencia de conexión o reducido ancho de banda.

Los avances tecnológicos son extremadamente rápidos: la situación en 2000 fue muy distinta a la de 2010, a su vez, bastante diferente de la de 2020; lo es también la adaptación de la gente.

 

Los efectos de las redes se manifiestan igualmente en el ámbito político y público y en el campo electoral. Las oportunidades de la tecnología fueron incorporadas por los equipos de campaña, los candidatos, los medios y la ciudadanía, cada uno en su espacio.

 

Hasta fines del siglo XX, las elecciones estuvieron dominadas por la televisión, erigida en el principal medio (Sartori, 1999). La ciudadanía se informaba en esos canales, además de la radio y los periódicos. Esos medios generaban un espacio común y compartido de información. Los partidos y candidatos invertían la mayor parte de sus recursos en la propaganda televisiva y batallaban por ocupar los titulares y los programas en los horarios estelares. La televisión propició el surgimiento de candidatos exitosos, incluso sin necesidad de estructuras partidarias en el terreno, lo que implicaba sobre todo que los candidatos tenían recursos, eran directamente dueños de medios, o gozaban de una especial simpatía de parte de esos medios.

 

Las redes sociales modifican sustancialmente el abordaje en las campañas. La política se personalizó aún más. Algunos políticos ganaron notoriedad, presencia y popularidad gracias a las redes sociales, conectándose de manera directa con la población, con el simple acto de tener una cuenta en la misma plataforma. Aprovecharon el deseo de la gente de interactuar con personas, no con instituciones. Se creó un diálogo en lugar de mensajes unilaterales, como en el esquema previo. Se puede interpelar a un político en el espacio digital y existe la oportunidad de respuesta, debate o controversia. Las estructuras partidarias perdieron relevancia y varias de sus funciones tradicionales quedaron desfasadas cuando el líder se comunicaba con los votantes sin intermediarios.

 

También cambió el vínculo con los medios de comunicación. Si bien la presencia en la televisión o la radio permanece como un capital importante, el paso por ellos ya no es indispensable. Supone un ahorro de fondos que puede ser considerable y evita requerir su aprobación, que podía funcionar como un filtro. De hecho, en la actualidad, una actividad digital con gran seguimiento y repercusión fuerza a los medios de comunicación a llevarla a los formatos tradicionales. Hasta la publicidad en la televisión y los otros canales de difusión disminuyó su valor estratégico. Se abrieron oportunidades de proselitismo, sobre todo en los países con mayor desarrollo. La muy fina segmentación de los perfiles de los usuarios que permiten las redes ayuda a que los candidatos o los partidos sean específicos y precisos en el envío de mensajes para fortalecer predisposiciones políticas o generar dudas sobre los adversarios.

 

La evolución de las redes sociales también disputó la primacía de los medios tradicionales como espacio central, sino único, de la política. Más allá de la creación de medios digitales (una fracción muy pequeña de las evoluciones), el espacio público virtual se fragmentó y segmentó.

 

Las personas intervienen de manera directa en la conversación política y electoral. Lo habían hecho siempre, pero antes, sus opiniones se confinaban a grupos reducidos, de familiares, vecinos o colegas de trabajo. Ahora, se conectan con miles de personas que, a su vez, pueden aumentar la difusión de esos comentarios y llevarlos a personas de en otras regiones del país (o del mundo). Se facilitó el reagrupamiento de personas que comparten los mismos intereses y concepciones. Estas afinidades generaron pronto “burbujas”, poco predispuestas al diálogo.

 

Los hechos políticos se comentan en un espacio abierto, sin controles ni verificaciones, tanto por ciudadanos como por organizaciones políticas. Ese enriquecimiento del diálogo político y electoral trajo pronto aparejado en contrapartida la irrupción de desinformaciones, tergiversaciones, malentendidos ─que todavía presuponen la buena fe─; de noticias falsas, diseñadas para influir en el ánimo ciudadano e incidir en las actitudes y comportamientos; y de campañas difamatorias contra personas o instituciones, con una línea específica, por sus singularidades, de violencia política de género. En estas actividades participan también países extranjeros para afectar los procesos políticos, beneficiando o perjudicado ciertos liderazgos y propuestas en función de sus intereses. Mucha gente contribuye a esparcir las noticias falsas y los ataques difamatorios, ya sea porque ignora que no son verdaderas o porque corresponden a su perspectiva de la realidad.

 

En esta cadena de efectos y consecuencias, la multiplicación de las noticias falsas dio también lugar al nacimiento de las agencias verificadoras de noticias, cuya labor es poner en evidencia la cadena de noticias falsas y advertir a la ciudadanía. Esa labor tiene una limitación evidente por la diferencia entre el volumen de noticias falsas y los recursos, en general limitados, de esas organizaciones.

 

Las redes sociales han ocupado también un lugar protagónico en una de las evoluciones que socavan los procesos electorales: las denuncias infundadas de fraude, con difusión exponencial, inmediata y llegada a públicos vastos, sin filtros ni contrastes. Pueden ser promovidas por activistas, “influencers” o circular sin estar asociados a nombres o rostros concretos. Se usan elementos anecdóticos y marginales de la elección, a veces aderezados con teorías conspirativas, para “armar el caso” del fraude. La respuesta institucional es difícil: demostrar que la acusación, empaquetada en frases lapidarias, es falsa, exige muchas veces una explicación técnica poco sencilla. Las sociedades polarizadas, con escaso diálogo democrático, son un terreno fértil para acusaciones que, a la larga, erosionan la confianza ciudadana en el voto.

 

Los progresos tecnológicos han dado un paso suplementario con el uso de la Inteligencia Artificial en ámbitos cada vez más numerosos de la vida cotidiana y pública. Seguramente, acelerará y consolidará algunas de las tendencias descritas, pero también abrirá ventanas, por ahora difíciles de anticipar. Es probable que, como sucede regularmente, se contrapongan usos positivos y efectos dañinos para la democracia y los procesos electorales.

 

Conclusiones: regulación de redes sociales y pedagogía ciudadana

 

La tecnología de la comunicación y las redes sociales virtuales se crearon y se han desarrollado en un mundo que no tenía controles ni regulaciones. Su influencia creciente ha impulsado que numerosos actores aboguen por el establecimiento de marcos normativos para su uso, sobre todo en el espacio público, dado el manejo polémico, en especial para la vida política y durante las campañas electorales. El ejercicio de procurar conservar las ventajas y eliminar o, al menos mitigar, los inconvenientes, no es sencillo y plantea dilemas relevantes, tanto desde el punto de vista de los valores democráticos como de aplicación concreta del derecho.

 

Más allá, la ciudadanía aprendió a usarlas y las convirtió en instrumentos de politización, movilización, denuncia, articulación de causas de interés colectivo, así como en instrumentos para alimentar campañas agresivas. Igualmente, los actores políticos, que recurren a ellas para acercarse a la ciudadanía y mejorar la comunicación, pero también para inducir polarizaciones (Sustain, 2017). Los gobiernos tuvieron su propio aprendizaje. Las utilizaron para reforzar la transparencia y facilitar el contacto con la ciudadanía, y, en contextos de retrocesos democráticos y giros autoritarios, les sirven para aumentar el seguimiento y el control sobre aquella, perturbar el flujo de los debates, acosar y estigmatizar adversarios. Cuentan a su favor con recursos para armar campañas digitales sostenidas.

 

Es posible que la ciudadanía y las sociedades estén en una curva de aprendizaje que les permita un progresivo dominio y comprensión de las potencialidades, amenazas y riesgos de este universo novedoso y en constante evolución. De ser así, algunos de los escenarios de mayor inquietud, como las manipulaciones en gran escala, la injerencia de terceros países en los procesos electorales, la difusión exponencial de noticias falsas, chocarían con el muro de las lecciones aprendidas (por supuesto, esa evolución no implicaría la desaparición de la voluntad de manipulación ni de la difusión de las noticias falsas, tampoco la completa eliminación de sus efectos).

 

La respuesta tiene una implicación directa sobre la definición de una política crucial para la democracia. En efecto, influye en decidir cuál es el mejor mecanismo de regulación de las redes sociales y de la tecnología de la información. El debate se acentúa en el campo electoral, donde las reformas son, igualmente, complejas y plantean numerosos dilemas y retos tanto a los legisladores como a los organismos electorales (Romero Ballivián, 2021: 120 – 139).

 

Una posición prefiere el mínimo de regulaciones, eventualmente con un papel activo de las propias compañías ─por ejemplo, cancelan cuentas promotoras de mensajes violentos, incluyendo las de líderes políticos, como hizo Twitter con la cuenta de Donald Trump─. Se apunta a la libertad como mayor bien a defender, en tanto que la crítica subraya que la laxitud de los controles favorece el auge del extremismo, la violencia y ventajas relevantes para los enemigos de la democracia. Otra postura exige que la regulación esté a cargo de un actor externo como el Estado, presentado como garante del interés colectivo. El contraargumento radica en el riesgo de que se entregue a los gobiernos un instrumento fundamental para controlar sus sociedades. Por último, una postura compatible con las precedentes apuesta por la autorregulación de los mismos usuarios, acompañada de procesos educativos y pedagógicos digitales, impulsados desde el Estado y la sociedad. El debate está abierto.

 

 

  • Bibliografía y enlaces de interés

 

  • Alonso – Muñoz, Laura (2015). “Redes sociales y democracia (una aproximación al debate sobre una relación compleja)” en Forum de Recerca, 20, p. 557 – 569.
  • Berganza, Gustavo (2021). “Las redes sociales y la democracia en América Latina” en Instituto Interamericano de Derechos Humanos. La democracia latinoamericana en una encrucijada (crisis y desafíos). San José: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, p. 179 – 228
  • Breuer, Anita; Welp, Yanina (editores, 2014). Digital Technologies for Democratic Governance in Latin America: Opportunities and Risks. Londres: Routledge.
  • Holtz – Bacha, Christina (2013). “Web 2.0: nuevos desafíos en comunicación política” en Diálogo político, 1 – 2013, p. 11-28.
  • Lazarsfeld, Paul; Berelson; Gaudet (1962). El pueblo elige (estudio de formación del voto durante una campaña presidencial). Buenos Aires: Ediciones 3.
  • O’Neil, Cathy (2018). Armas de destrucción matemática. Madrid: Capitán Swing.
  • Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; Instituto Electoral de Jalisco (2011). Tecnología y participación ciudadana en la construcción democrática. México: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; Instituto Electoral de Jalisco.
  • Romero Ballivián, Salvador (2021). Elecciones en América Latina. La Paz: IDEA Internacional, Tribunal Supremo Electoral.
  • Soto, Juan (2017). Arden las redes (la poscensura y el nuevo orden virtual). Barcelona: Debate
  • Sartori, Giovanni (1999). Homo videns (la sociedad teledirigida). Buenos Aires: Taurus.
  • Sustain, Cass (2017). #Republic: Divided Democracy in the Age of social media. Princeton: Princeton U.P.